sábado, 9 de septiembre de 2017

Relaciones del Alma por Ascensión Belart

Anhelamos una conexión de Ser a Ser, de alma a alma, y la mejor manera de prepararnos para un verdadero encuentro es aprender a estar solos, al menos durante algunos períodos y muy especialmente cuando se acaba una relación. Estar solo es bueno para conocerse en todos los sentidos, ampliar nuestra identidad, reconocer nuestras limitaciones y capacidades, y aprender a ser autosuficientes. Uno es dueño de su vida y de sus decisiones, y responsable de su felicidad. Y sin embargo, todo lo que llegamos a hacer, a aguantar y a permitir con tal de no estar solos!

Hablo de las «bendiciones» de la soledad: del encuentro con uno mismo, de estar en contacto con las propias necesidades y reconocer lo que uno quiere y no quiere. Ahora bien, también es cierto que se necesita un espejo en el que mirarse. Y la pareja constituye ese «espejo mágico» en el que podemos vernos en profundidad, donde poder observar nuestros aspectos más íntimos y regresivos, nuestras luces y nuestras sombras. Este reflejo es el verdadero don de las relaciones del alma.

Para aquellos que viven conscientemente su proceso de maduración, la relación no es la salvación, no se pretende que la pareja sea el papá o la mamá, se haga cargo de las carencias y proporcione aquello que falta. Es prioritario ocuparse de uno mismo y de sus necesidades, establecer fronteras y darse espacio para que la relación pueda desarrollarse. El requisito esencial para una relación auténtica es ser íntimo con uno mismo, saber lo que sentimos, necesitamos, valoramos, lo que nos gusta o disgusta, lo que nos importa en la vida. Es necesario estar bien conectado con las propias emociones, con el vacío fértil y la soledad.

La verdadera intimidad en la pareja no es inmediata, es un proceso que lleva su tiempo. Cada uno tiene su propia vida y sigue con ella sin abandonarla, y poco a poco se va incorporando a la otra persona. El conocer al otro y ser conocido requiere apertura y tiempo, no se trata de volcarse «de golpe» en una relación, ni de renunciar a ser uno mismo. Para que esto sea posible, para que no se pierda el centro, es imprescindible que lo valoremos y tengamos bien integrado, y eso precisa de un tiempo de práctica.

El fundamento de una verdadera relación radica en estar presente para el otro, para lo cual es necesario aprender a estar presente y ser íntimo con uno mismo. Por eso es tan importante la meditación, pues nos conecta con nuestro centro, nos alimenta y nutre desde el interior. Hay que tomar conciencia del propio camino o evolución personal, del lugar donde uno se encuentra y respetarlo, lo que significa no permitir que nada ni nadie se interponga en el proceso de crecimiento o individuación.

El foco de atención de las relaciones conscientes se halla en el propio proceso: cada uno respeta su proceso y el del otro. Cada uno tiene su camino en la vida y hace su viaje, aunque se acompañan mutuamente. La relación es importante, pero no lo es todo, como en las relaciones dependientes. Ambos se abren a la vida y al mundo, al contexto en que están inmersos y del que participan.

Hay evolución personal, creatividad y compromiso con la propia vida, lo que incluye respetar el tiempo que cada persona necesita para sí. La relación con uno mismo necesita tiempo para ser cultivada, para nutrirse, porque cuanto más completos nos sentimos más fácil resulta la proximidad y la intimidad, y a la vez más necesitamos  estar a solas. Recordemos la recomendación de Rilke de que en una relación cada uno debía proteger la soledad del otro.

En las verdaderas relaciones íntimas hay transparencia, sinceridad y respeto mutuo. Se puede hablar de cómo repercute lo que el compañero/a hace o no en la historia personal de cada uno, aclarar qué temas personales resuenan frente a ello, sin defenderse, acusar o manipular. Es posible que en ocasiones el otro haga o diga algo que provoque que afloren los propios miedos, carencias o sentimientos de abandono, pero como son de uno hay que asumir la responsabilidad y hacerse cargo de ellos.

El alma se nutre del diálogo. Ahora bien, se trata de hablar de uno mismo y no del otro, expresar los propios temores, deseos, necesidades, sueños y fantasías mediante una comunicación libre y fluida de los sentimientos. Hablar superando la desconfianza, derribando barreras y defensas, desnudándose emocionalmente y dejando traslucir confesiones, desesperanzas y zonas de vulnerabilidad en la búsqueda de autenticidad, para sacar a la luz lo que anida en las profundidades del alma.

El amor es apertura de corazón y riesgo, de ahí la disposición a arriesgarse a abrir y revelar la propia alma, incluso ante la eventualidad de no ser entendido, dando también la posibilidad al otro para que viva y manifieste la suya. Una relación consciente se alimenta tanto de la proximidad como de la distancia, requiere darse y dar espacio al otro. Por eso es importante respetar la relación tanto como preservar el propio camino individual. Hay una dialéctica generadora de crecimiento entre la necesidad de intimidad y de libertad, es la confluencia del  movimiento de fusión y el de individuación, que precisa también de una reconciliación de opuestos, como acontece en los procesos personales.

Según el terapeuta jungiano T. Moore, el amor es un proceso alquímico en que nosotros somos el material a trasmutar. Igual que hay una alquimia del alma hay una  alquimia de la relación, un proceso de conjunción, integración y co-evolución de los desarrollos de individuación de cada uno, de ahí el grado de complejidad de las relaciones de pareja. Es la idea de “matrimonio sagrado” o Hiero gamos en el que la pareja se transforma, renace y se renueva a través de las sucesivas crisis personales de cada uno que repercuten en el otro, proporcionando material para seguir creciendo. Es un proceso consciente de búsqueda, exploración, renovación y transformación donde caben el riesgo y la sorpresa, y se experimentan la pérdida y el reencuentro, la incertidumbre y el redescubrimiento del otro. Un vínculo que crece y se renueva constantemente, que no se da por hecho.

Visto así, las dificultades y crisis pueden conducir a una mayor profundidad e intimidad porque nutren y enriquecen el proceso de individuación de cada uno. Es una cadena de intercambios a través de las tensiones y conflictos generados por uno u otro que van superándose, trascendiéndose e integrándose. Un juego de espejos que muestra nuevas y sucesivas facetas de cada uno, que propician la trasformación de ambos. Porque cuanto mejor se conoce uno mismo más puede aceptar y comprender la complejidad del otro.
Una relación entre almas se sustenta en la amistad, la confianza, la admiración y el interés por las actividades y sueños de la pareja. El respeto mutuo, la sinceridad y la complicidad fortalecen el vínculo, así como el honrar y valorar la relación. El erotismo es esencial en la relación de pareja: nos gusta estar cerca del otro, sentirlo, tocarlo, saborearlo también físicamente, y no sólo en la intimidad sexual. Recordemos que el placer y el disfrute refuerzan el vínculo entre la pareja.

La valoración recíproca es otro de los fundamentos del amor. Necesitamos ser amados como únicos e insustituibles, brillar con luz propia en la relación. Según Alberoni: «Una pareja sigue enamorada si las dos personas cambian, crecen, se transforman y se reencuentran, se redescubren, y se vuelven a ver con los ojos resplandecientes del estado naciente». Por eso es esencial preservar aquello que hubo en la atracción inicial, en los albores del encuentro, para poder recurrir al fuego original en los momentos de oscuridad.

Así pues, en una relación de seres en proceso de crecimiento se elige al otro como compañero/a, no para que nos salve, proteja, sostenga o adore. Tampoco para escapar de una situación o para que nos proporcione seguridad. Optamos por una relación privilegiada para brindarnos la oportunidad de ir un poco más allá en nuestro viaje hacia el corazón, lo que significa que a través de la relación podemos  conocernos, expresarnos y desarrollarnos con una mayor profundidad.

Texto original © Ascensión Belart.